"La universidad por hacer"
En el sentido cotidiano cuando nos referimos a una tarea, a lo que tenemos que hacer, porque la universidad jamás podrá eliminar su papel como hacedora de vida. Lo doloroso, tal vez, es aceptar cómo la universidad sigue repitiéndose, o aún peor, muchas llamándose universidad sin ni siquiera conocer las implicaciones de la palabra que las nombra.
Haciendo un breve repaso, las funciones que caracterizan a la Universidad son, basicamente tres: como generadora de las leyes científicas que anudan a la sociedad y que por ello mismo legitiman a la misma universidad; su función es exponer el conjunto de conocimientos y hacer que aparezcan los principios al mismo tiempo que los fundamentos de todo saber.
Hoy en día, sobre este mismo presupuesto especulativo de la universidad, se monta su función política de emancipación, al afirmar que sólo a través del conocimiento pueden los pueblos lograr su liberación como humanidad, aspecto éste que en el contexto político encontró un eco desastroso en nuestros pueblos. Más recientemente, parecería que su función, siempre enmascarada en su fundamento científico y también amparada en su labor de servicio a la sociedad, se ha centrado en la producción en serie.
¿Qué papel, entonces, habría de corresponderle a la universidad? Aquí apuesto con el ecuménico pensador norteamericano, Charles S. Peirce, “que la universidad está para aprender y solucionar problemas, no para instruir ni facilitar el éxito económico de los alumnos”
En esta perspectiva, nos arriesgamos a pensar que son tres las razones que habrían de darle sentido a la universidad haciéndole justicia y honor al término que la denomina.
La principal y la que de cierta manera engloba a las otras dos es su potencial y su capacidad de ser mediadora en la construcción de cultura, como corresponde a todo proyecto educativo. Pensar la universidad como mediadora para que el ser humano pueda desplegar su propia naturaleza como inaugurador, como iniciador, como permanente creador, la coloca como una institución privilegiada en el desarrollo del proyecto de la humanidad y le otorga la posibilidad de ser forjadora de comunidades. Esto implica que a través de la universidad se ponen en juego los sistemas simbólicos, los sistemas normativos y los sistemas de expresión de las diversas localidades donde están insertas; lo que da a los individuos un arraigo y unos fines.
De ahí se desprende una segunda razón, la de su papel como 'conciencia' de época, que de manera crítica, permite descubrir los límites y las posibilidades del momento que nos ha correspondido vivir. La universidad como mediadora no puede desconocer que somos seres históricos, que estamos en la historia y haciendo la historia; le corresponde conjugar el legado del pasado con la configuración del devenir; en consecuencia se sitúa de manera privilegiada en un presente siempre en movimiento ¿No será esta permanente mirada crítica a la construcción humana, esta reflexión sobre la vida y la cultura lo que pone en evidencia la autonomía que tan orgullosamente pregona la universidad? ¿No es esa conciencia, acaso, la base de cualquier acción sobre nuestro mundo? ¿Cómo ser creadores de futuro y ser responsables de nuestras decisiones si no re-conocemos el mundo en el que nacimos y vivimos?
Y, entonces, esa visión nos conduce a la tercera razón: la universidad como posibilitadora del ejercicio responsable de cualquier actividad que se haga pública, lo que comúnmente denominamos profesión, pero no de manera profesionalizante, como producción, como creación humana, como lo que va configurando a la humanidad; así, somos profesionales porque profesamos lo que hacemos, porque podemos dar cuenta, dar fe de lo que sabemos y producimos de manera autónoma. ¿No es esto lo que fundamenta nuestro proceso de decisión y en donde se arraiga nuestra voluntad? ¿Y no es ésta la base de la acción responsable, lo que nos permite responder por nuestros actos, dar cuenta de ellos?
Estas tres razones así enunciadas se quedan en un deber ser, en un ideal. Aún así, UNIVERSIDAD PARA TODOS se pregunta si ya no cambia algo al desplazar la función universitaria de ser guardiana de la ciencia a ser mediadora en la construcción cultural al concebirla como conciencia de época y no tan pretenciosamente como emancipadora del hombre, y al resemantizar el sentido de lo profesional. Desde esta perspectiva ¿cómo se especificarían y cobrarían densidad las trilladas funciones operativas de investigación, docencia y servicio/extensión que se le atribuyen a la universidad? ¿Cómo cambiarían las maneras de ser y de hacer universitarias? Cuestionado de otra manera: ¿cómo procederían profesores y alumnos para hacer universidad, qué condiciones de dirección gestarían lo universitario? ¿En síntesis, qué prácticas posibilitarían a la universidad hacerse de otra forma?
Leonardo Anzalone
Coordinador Nacional Universidad Para Todos
Proyecto universitario nacional
En el sentido cotidiano cuando nos referimos a una tarea, a lo que tenemos que hacer, porque la universidad jamás podrá eliminar su papel como hacedora de vida. Lo doloroso, tal vez, es aceptar cómo la universidad sigue repitiéndose, o aún peor, muchas llamándose universidad sin ni siquiera conocer las implicaciones de la palabra que las nombra.
Haciendo un breve repaso, las funciones que caracterizan a la Universidad son, basicamente tres: como generadora de las leyes científicas que anudan a la sociedad y que por ello mismo legitiman a la misma universidad; su función es exponer el conjunto de conocimientos y hacer que aparezcan los principios al mismo tiempo que los fundamentos de todo saber.
Hoy en día, sobre este mismo presupuesto especulativo de la universidad, se monta su función política de emancipación, al afirmar que sólo a través del conocimiento pueden los pueblos lograr su liberación como humanidad, aspecto éste que en el contexto político encontró un eco desastroso en nuestros pueblos. Más recientemente, parecería que su función, siempre enmascarada en su fundamento científico y también amparada en su labor de servicio a la sociedad, se ha centrado en la producción en serie.
¿Qué papel, entonces, habría de corresponderle a la universidad? Aquí apuesto con el ecuménico pensador norteamericano, Charles S. Peirce, “que la universidad está para aprender y solucionar problemas, no para instruir ni facilitar el éxito económico de los alumnos”
En esta perspectiva, nos arriesgamos a pensar que son tres las razones que habrían de darle sentido a la universidad haciéndole justicia y honor al término que la denomina.
La principal y la que de cierta manera engloba a las otras dos es su potencial y su capacidad de ser mediadora en la construcción de cultura, como corresponde a todo proyecto educativo. Pensar la universidad como mediadora para que el ser humano pueda desplegar su propia naturaleza como inaugurador, como iniciador, como permanente creador, la coloca como una institución privilegiada en el desarrollo del proyecto de la humanidad y le otorga la posibilidad de ser forjadora de comunidades. Esto implica que a través de la universidad se ponen en juego los sistemas simbólicos, los sistemas normativos y los sistemas de expresión de las diversas localidades donde están insertas; lo que da a los individuos un arraigo y unos fines.
De ahí se desprende una segunda razón, la de su papel como 'conciencia' de época, que de manera crítica, permite descubrir los límites y las posibilidades del momento que nos ha correspondido vivir. La universidad como mediadora no puede desconocer que somos seres históricos, que estamos en la historia y haciendo la historia; le corresponde conjugar el legado del pasado con la configuración del devenir; en consecuencia se sitúa de manera privilegiada en un presente siempre en movimiento ¿No será esta permanente mirada crítica a la construcción humana, esta reflexión sobre la vida y la cultura lo que pone en evidencia la autonomía que tan orgullosamente pregona la universidad? ¿No es esa conciencia, acaso, la base de cualquier acción sobre nuestro mundo? ¿Cómo ser creadores de futuro y ser responsables de nuestras decisiones si no re-conocemos el mundo en el que nacimos y vivimos?
Y, entonces, esa visión nos conduce a la tercera razón: la universidad como posibilitadora del ejercicio responsable de cualquier actividad que se haga pública, lo que comúnmente denominamos profesión, pero no de manera profesionalizante, como producción, como creación humana, como lo que va configurando a la humanidad; así, somos profesionales porque profesamos lo que hacemos, porque podemos dar cuenta, dar fe de lo que sabemos y producimos de manera autónoma. ¿No es esto lo que fundamenta nuestro proceso de decisión y en donde se arraiga nuestra voluntad? ¿Y no es ésta la base de la acción responsable, lo que nos permite responder por nuestros actos, dar cuenta de ellos?
Estas tres razones así enunciadas se quedan en un deber ser, en un ideal. Aún así, UNIVERSIDAD PARA TODOS se pregunta si ya no cambia algo al desplazar la función universitaria de ser guardiana de la ciencia a ser mediadora en la construcción cultural al concebirla como conciencia de época y no tan pretenciosamente como emancipadora del hombre, y al resemantizar el sentido de lo profesional. Desde esta perspectiva ¿cómo se especificarían y cobrarían densidad las trilladas funciones operativas de investigación, docencia y servicio/extensión que se le atribuyen a la universidad? ¿Cómo cambiarían las maneras de ser y de hacer universitarias? Cuestionado de otra manera: ¿cómo procederían profesores y alumnos para hacer universidad, qué condiciones de dirección gestarían lo universitario? ¿En síntesis, qué prácticas posibilitarían a la universidad hacerse de otra forma?
Leonardo Anzalone
Coordinador Nacional Universidad Para Todos
Proyecto universitario nacional
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